Se trata sobre todo de crear una conexión dual.
Mi sensibilidad por la danza y mi cercanía a la improvisación crearon un encuentro muy intenso con el tango. De hecho, esta danza de increíble riqueza abre posibilidades de conectividad e intercambios en la pareja de baile.
Como un idioma extranjero, si aprendes a dominarlo, se vuelve universal y poderoso. Cuando se integra este código, el baile deja espacio a tu creatividad, a tu originalidad y a tu “yo”, para compartirlo con otras personas.
El compartir de esta danza está en cada parte del cuerpo: entre los torsos, detrás del hueco de la rodilla, en la parte posterior del pie. Cada intersticio entre los dos cuerpos es un mundo de posibilidades, preguntas y respuestas, bañado en música y en el respeto mutuo. Los cuerpos se abrazan y en ese lugar estamos bien, ahí es exactamente donde tenemos que estar. El tango se baila donde estás, con modestia o quizás extroversión. Cada encuentro es rico y único.
Gracias a una técnica precisa, el tango está lejos de ser una danza machista en donde se manipula a la pareja de baile. Esta técnica permite una fuerte conexión entre los bailarines. Es sinónimo de diálogo. "Una mujer" no sigue las instrucciones de un "hombre", la persona que sigue o acompaña, responde con su color a las propuestas originales de quien guía. Así, para los bailarines que lo deseen, los animo a que cambien de rol con frecuencia, independientemente de su orientación o la expresión de su identidad. Esta experiencia es muy enriquecedora ya que siempre es bueno ponerse en el lugar del otro para poder comprender y mejorar el baile propio.